Cuando el problema ya ha explotado y sus consecuencias empiezan a desplegarse, llega la fase más humana del proceso: la mente entra en bucle.
La rueda de los desvelos refleja ese ciclo nocturno en el que las preocupaciones giran una y otra vez sin ofrecer salida.
Los diminutos, atrapados en la circunferencia de canicas ardientes, empujan y empujan en un esfuerzo inútil por detener aquello que solo existe en la cabeza pero pesa como si fuera real.
Aquí el peligro ya no viene de fuera, sino del propio pensamiento.
La rueda gira sobre sí misma y convierte la vigilia en tormento: se repiten las hipótesis, se multiplican los escenarios imaginados, se agranda la dimensión del miedo.
El insomnio emocional es una de las primeras consecuencias del cambio no elegido: el cuerpo todavía no actúa, pero la conciencia ya no puede detenerse.
Esta obra sitúa al espectador dentro del tránsito psicológico posterior al colapso: cuando el hecho ya ocurrió, pero su digestión interna aún es una batalla.
El viaje del cambio pasa necesariamente por esta rueda: el lugar donde la mente se resiste a aceptar lo que ya es.

