La bombilla, esa frágil burbuja luminosa de cristal, constituye uno de los avances tecnológicos más admirables, aunque su presencia habitual, muchas veces, dificulta que su magia sea justamente considerada.
Gracias a ella, hoy, con solo pulsar un interruptor, la noche se confunde con el día; es más, con ella, la luz se ha impuesto definitivamente sobre esa oscuridad que, a lo largo de la existencia humana sobre la Tierra, día tras día, con el ocaso del sol, tanto ha determinado nuestra vida cotidiana.
Lejos quedan los tiempos en que, en el intento de robar un poco más de espacio al día, sombras fantasmagóricas se recortaban en las paredes de las moradas familiares al ritmo de la centelleante llama de una vela, mientras, en el exterior, entre las tinieblas de la noche, todo un mundo de peligros parecía estar al acecho…
(Santi Llamas)

