Esta obra representa el tramo del viaje en el que la comunicación se vuelve un reto: idiomas distintos, referencias distintas, códigos que no coinciden.
Los diminutos se encuentran en un entorno donde hay diálogo, pero no comprensión, donde lo que se dice no llega como se quiso decir.
Es la sensación de estar dentro de un nuevo mundo sin conocer aún su gramática.
Esa confusión forma parte del aprendizaje.
Cada intento por entender al otro —aunque sea parcial o torpe— deja un rastro de conocimiento que se suma al equipaje del viaje.
No es un bloqueo, es un periodo de ajuste en el que la mente se expande para integrar un lenguaje nuevo.
La torre de Babel nos recuerda que todo avance hacia otra vida obliga también a aprender a hablarla.
Antes de fluir en lo nuevo, hay que atravesar el tramo en el que nada suena claro pero ya nada vuelve a sonar igual.

