El viaje alcanza aquí su punto crítico de libertad: ya no se trata de escapar del pasado, sino de elegir el destino.
El gran intercambiador espacial representa ese instante decisivo en el que uno debe seleccionar el portal al que dirigirse para marcar un nuevo rumbo de vida.
La escena es frenética: tubos vertiginosos lanzan canicas a toda velocidad, artefactos voladores se cruzan en todas direcciones y la estación, inmensa, palpita como un gran centro neurálgico de posibilidades.
Nada está detenido: todo ocurre a la vez, como en los grandes aeropuertos donde conviven mil trayectorias simultáneas.
Los diminutos observan, comparan, dudan, trazan hipótesis —no viajan todavía, pero el resultado del viaje ya depende de esta decisión.
Aquí se abandona la lógica del “lo que pasó” y se entra en la lógica del “lo que quiero que pase.”
La obra invita a detenerse y leer cada microescena como un rumbo potencial.
El gran intercambiador espacial es el momento en que el futuro deja de ser un efecto y pasa a ser una elección.
Elegir portal es elegir destino.

